sábado, 12 de marzo de 2016

La amo...

Tiene el cabello como el trigo, como la miel; su cuerpo es una espiga esbelta que ofrece sus granos altivos al sol,  su espíritu es como el sol a medio día en medio del intenso azul, tiene la majestad de un atardecer, sus ojos, miel oscura, su mirada es calma, fortaleza, consuelo, gozo y candor, pero también fuego.

Ante mí se eleva como leona, sublime, bella, dueña de sí y de su mundo. Sí, es soberana, tiene esa aura de quienes han nacido bendecidos por las estrellas y su destino es sentarse en la cima del mundo.

Ella sonríe y mi corazón salta; habla, y su voz es música, sus palabras están cargadas de vida, su sabiduría regocija mi alma, su abrazo es para mí la paz y el gozo fundidos en perfecta armonía, su nombre es grandeza en sí mismo, abarca reyes, dinastías, imperios.

Oh sí, la amo, mujer hermosa, la amo como se ama lo sagrado, con admiración infinita, gratitud profunda y en serena paz; la amo con ese gozo contenido que siento arremolinarse en mi pecho cada vez que su presencia me llena el pensamiento, la amo con la alegría de quien ama el amanecer, como se aman las estrellas en una noche clara, o el olor de la tierra recién bañada por la lluvia, es usted una bendición en el mundo, mujer hermosa, que su luz tenga su puesto entre las estrellas que no conocen del tiempo, pues su esencia es la eternidad.


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